Y también un poco de poesía... y lo que se me vaya ocurriendo con el tiempo. No sé si terminará siendo un cajón de sastre.
sábado, 23 de julio de 2011
viernes, 22 de julio de 2011
LOS OLIVOS DE BELCHITE - Elena Moya
Los olivos de Belchite han crecido en una tierra que ha sido abonada con la sangre derramada durante la Guerra Civil española.
Moviéndose entre las largas sombras de la guerra que marcó a España y las batallas de negocios de la economía global actual, Los olivos de Belchite es la historia de cómo el pasado atormenta nuestras vidas y de las batallas que comienzan cuando termina la lucha.
Una novela con muchos planos y ritmo perfecto, que se desarrolla a caballo entre España y el Reino Unido, entre viñedos y campos de olivos, fusionando épocas y temas dentro del marco de una inesperada historia de amor. Una saga de tres mujeres que se enfrentaron al franquismo y a sus vestigios en la actualidad.
Nuestra Historia ha ido saltando de novela en novela a lo largo del tiempo para por fin quedarse en las páginas de Los olivos de Belchite.
«La novela de Elena Moya es un milagro. No sólo esgrime cómo la Guerra Civil destrozó miles de vidas y amores, sino que también trasluce cómo las consecuencias del conflicto todavía están muy presentes hoy. De una manera íntima, la novela ilustra las limitaciones que una democracia tan corta impone en la vida de todos los españoles». Paul Preston.
jueves, 21 de julio de 2011
LA TRAMPA DORADA - Philippa Gregory
Inglaterra, 1539. Tras la muerte de Jane Seymour, el rey Enrique VIII vuelve a tomar esposa: su cuarta reina. Desde todos los confines del reino, las jóvenes de familia noble anhelan ser llamadas a la Corte y eludir así un destino poco prometedor. Pero el rey se fija en Ana de Cléveris, hija del duque de Cléveris, a la que únicamente ha visto retratada en pinturas. Juana Bolena y Catalina Howard, dos mujeres caídas en desgracia, sin fortuna que asegure sus dotes, se cuentan entre las elegidas para servir a la nueva reina.
No obstante, lo que parece un cuento de hadas de pronto se revela como una trampa dorada. La historia se repite: Enrique VIII se enamora de una de las damas de compañía de su esposa. Pero Ana de Cléveris es una mujer que ha conocido la tiranía desde la infancia, una mujer que sabe del pasado voluble del rey y que, consciente de que se enfrenta al cadalso, tendrá que jugar bien sus cartas.
Tras La otra Bolena, La trampa dorada retoma las vicisitudes de la dinastía Tudor después de la ejecución de Ana Bolena. Una novela intensa, de intriga absorbente y factura impecable que captura la época y el sentir de tres mujeres radicalmente opuestas que, sin embargo, verán sus destinos unirse para intentar sobrevivir en la corte de un tirano.
MIEDO DE LA ETERNIDAD - Clarice Lispector
Jamás olvidaré mi aflictivo y dramático contacto con la eternidad.
Cuando yo era muy pequeña todavía no había probado chicles y en Recife casi no se hablaba de ellos. Yo ignoraba qué clase de caramelos o bombones eran. Y hasta el dinero con que contaba no alcanzaba para comprarlos: con el mismo dinero podía conseguir no sé cuántos caramelos.
Al final mi hermana juntó dinero, los compró y al salir de casa para la escuela me explicó:
—Ten cuidado de no perderlo, porque este caramelo nunca se acaba. Dura toda la vida.
—¿Cómo que no se acaba? —me detuve un instante en la calle, perpleja.
—No se acaba nunca, y listo.
Yo estaba embobada: me parecía haber sido transportada al reino de las historias de príncipes y hadas. Tomé la pequeña pastilla color rosa que representaba el elixir del largo placer. La examiné, casi no podía creer en el milagro. Yo que, como otros niños, a veces me sacaba de la boca un caramelo todavía entero, para chuparlo después, sólo para hacerlo durar más. Y heme con aquella cosa rosada, de apariencia tan inocente, que hacía posible el mundo imposible del cual ya había empezado a darme cuenta.
Con delicadeza, terminé poniéndome el chicle en la boca.
—¿Y ahora qué hago? —pregunté para no equivocarme en el ritual que ciertamente tenía que existir.
—Ahora chupa el chicle para ir saboreando su dulzor, y sólo cuando se le vaya el gusto empieza a masticar. Y ahí mastica por toda la vida. A no ser que los pierdas, yo ya perdí varios.
Perder la eternidad. Nunca.
Lo dulzón del chicle era bueno, no podría decir que excelente. Y, todavía perpleja, nos encaminábamos a la escuela.
—Se acabó lo dulce. ¿Y ahora?
—Ahora mastica por siempre.
Me asusté, no sabría decir por qué. Empecé a masticar y pronto tenía en la boca ese pegote ceniciento de goma sin gusto a nada. Masticaba, masticaba. Pero me sentía a disgusto. Y en verdad no me estaba gustando el sabor. Y la ventaja de ser un caramelo eterno me llenaba de una suerte de miedo, como el que se tiene ante la idea de la eternidad o del infinito.
No quise admitir que no estaba a la altura de la eternidad. Que sólo me producía aflicción. Mientras tanto, masticaba obedientemente, sin parar.
Hasta que no soporté más, y, cruzando el portón de la escuela, me ingenié para que el chicle masticado se cayera al suelo arenoso.
—Mira lo que pasó —dije con fingidos espanto y tristeza. Ahora no puedo masticar más. Se terminó el caramelo.
—Ya te lo dije, repitió mi hermana, que no se termina nunca. Pero una a veces los pierde. Hasta de noche se puede seguir masticando, pero para no tragarlo cuando se duerme se lo pega en la cama. No te pongas triste que un día te doy otro, y ése no lo vas a perder.
Yo estaba avergonzada ante la bondad de mi hermana, avergonzada de la mentira que había tramado al decir que el chicle se me había caído de la boca por casualidad.
Pero aliviada. Sin el peso de la eternidad sobre mí.
TORTURA Y GLORIA - Clarice Lispector
Ella era gorda, baja, pecosa y de cabellos excesivamente crespos. Su busto se volvió enorme, mientras todas nosotras seguíamos chatas. Como si fuera poco, se llenaba los bolsillos de la blusa, por encima del busto, con caramelos. Pero tenía lo que todo niño devorador de historias querría tener: un padre librero.
De poco le valía. Y a nosotras menos todavía: incluso para los cumpleaños, en lugar de algún librito, ella nos entregaba una tarjeta postal de la librería de su padre. Y para colmo con el paisaje de Recife, donde vivíamos, con sus puentes. Atrás escribía con caligrafía ornamentada palabras como fecha de nacimiento y saudade.
Pero qué talento tenía para la crueldad. Ella era pura venganza, chupando sus caramelos y haciendo ruido. Cuánto nos debía de odiar esa niña, a nosotras que éramos imperdonablemente bonitas, esbeltas, altas, con cabellos sedosos. Conmigo ejerció con calma ferocidad su sadismo. En mi ansia por leer, yo ni notaba las humillaciones a las que ella me sometía: seguía implorándole en préstamo los libros que ella no leía.
Hasta que llegó para ella el gran día de empezar a ejercer sobre mí una tortura china. Como sin querer, me informó que tenía As reinações de Narizinho*.
Era un libro grueso, Dios mío, un libro para vivir con él, comiéndolo, durmiendo con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que pasara por su casa al día siguiente y que ella me lo prestaría. Hasta ese día siguiente me transformé en la esperanza misma de la alegría: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave. Al día siguiente fui a su casa, literalmente corriendo. Ella no vivía en un sobrado** como yo, y sí en una casa. No me invitó a entrar. Mirándome fijamente a los ojos, me dijo que le había prestado el libro a otra niña, y que volviese al día siguiente a buscarlo. Boquiabierta, me retiré despacio, pero pronto la esperanza de nuevo me invadía toda y yo retomaba la calle dando saltitos, que era mi modo extraño de andar por las calles de Recife. Esta vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, el día siguiente llegaría, los días siguientes eran toda mi vida, el amor por el mundo me esperaba, y seguí saltando por las calles como siempre sin caerme ni una vez.
Bueno, pero no acabó simplemente allí. El plan secreto de la hija del librero era frío y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, sonriente y con mi corazón latiendo. Para oír la fría respuesta: el libro todavía no estaba en su poder, que volviese al día siguiente. No sabía yo, como más adelante con el pasar de la vida, que el drama del día siguiente se repetiría con el corazón latiendo.
Y así siguió. ¿Cuánto tiempo? No sé. Ella sabía que era un tiempo indefinido, en tanto la hiel no se escurriese de su grueso cuerpo. Yo había empezado ya a adivinar que me había elegido para que sufriera, a veces adivino. Pero, incluso adivinándolo, a veces acepto: como si quien quiere hacerme sufrir necesitara que yo sufra.
¿Cuánto tiempo? Iba todos los días a su casa, sin faltar ni uno siquiera. A veces ella decía: pues al libro lo tuve ayer a la tarde, pero como no viniste, se lo presté a otra nena. Y yo, que no tenía ojeras, sentía que se me formaban bajo mis ojos espantados.
Hasta que un día, cuando estaba en la puerta de su casa, oyendo humilde y silenciosa su negativa, apareció su madre. Debía extrañarle la diaria y muda aparición de aquella niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones. Hubo una confusión silenciosa, entrecortada de palabras poco esclarecedoras. A la señora le parecía cada vez más raro el no poder entender. Hasta que esa buena madre comprendió. Se volvió hacia su hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡pero ese libro nunca salió de esta casa y tú nunca lo quisiste leer! Y lo peor para ella no era esa revelación, sino haber descubierto qué hija tenía. Con real horror nos observaba: la potencia de la perversidad de su hija desconocida, y la niña de pie en la puerta, exhausta, enfrentada al viento de las calles de Recife. Fue entonces que, rehaciéndose, dijo firme y calma a la hija: vas a prestarle ya mismo As reinações de Narizinho. Y me dijo todo lo que jamás me habría atrevido a imaginar. “Y tú te quedas con el libro el tiempo que quieras”. ¿Entienden? Era más que darme el libro: por el tiempo que yo quisiera es todo lo que una persona, pequeña o grande, puede querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada, y así recibí el libro en mis manos. Creo que no dije nada. Lo tomé. No, no me fui saltando como siempre. Me retiré caminando muy lentamente. Sé que sostenía el libro con ambas manos, que lo apretaba contra el pecho. Cuánto tiempo me llevó llegar a casa, poco importa. Mi pecho ardía, mi corazón estaba desmayado, pensativo.
Al llegar a casa, no empecé a leer. Fingía que no lo tenía, sólo para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas después lo abrí, leí algunas líneas, lo cerré de nuevo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más comiendo pan con manteca, fingí que no sabía dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por algunos instantes. Creaba las más falsas dificultades para aquello clandestino que era la felicidad. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... Había orgullo y pudor en mí. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca, me balanceaba con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en purísimo éxtasis. No era ya una niña con un libro: era una mujer con su amante.
* Obra de 1931 de José Bento Monteiro Lobato (1882-1948), famoso escritor de textos para niños.
** Piso de un edificio sobre una planta baja.
lunes, 18 de julio de 2011
CON LAS ALAS DEL ALMA DESPLEGADAS AL VIENTO - Eladia Blázquez
Con las alas del alma desplegadas al viento,
desentraño la esencia de mi propia existencia
sin desfallecer, con ilusión, con asombro,
como en una constante, con esperanza
y con miedo, pero sigo adelante....
desentraño la esencia de mi propia existencia
sin desfallecer, con ilusión, con asombro,
como en una constante, con esperanza
y con miedo, pero sigo adelante....
Con las alas del alma desplegadas al viento,
porque aprecio la vida en su justa medida,
a la vida la hago instante y eternidad al amor
y al gozar cada intento, sé que vuelo, sé que vivo,
con las alas del alma desplegadas al viento.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
más allá del asombro me levanto entre escombros
como lobo estepario, sin perder el aliento
y me voy de las sombras con algún filamento
y me subo a la alfombra con la magia de un cuento.
Con las alas del alma desplegadas al viento
atesoro lo humano cuando tiendo las manos
buscando el encuentro de la esencia más pura,
con la cual me alimento por mi pan de ternura,
con las alas del alma desplegadas al viento.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
ante cada llanto de injusticia y desespero
me desangro por dentro, me duele el alma
y me duele la gente, su dolor, sus heridas,
porque así solamente interpreto la vida.
Con las alas del alma desplegadas al viento,
más allá de la historia, de las vidas sin gloria,
sin honor ni sustento
guardaré del que escribe su mejor pensamiento
quiero amar a quien vive con las alas del alma
desplegadas al viento, al viento...
sábado, 16 de julio de 2011
ANA BOLENA Y LA PASTELERA REAL - Suzannah Dunn
La bella, ambiciosa y testaruda Ana Bolena conmocionó a la sociedad inglesa de su tiempo, pero tras provocar el divorcio de Enrique VIII se gana muchos enemigos, y fuerzas poderosas se confabularán para hacerle pagar un alto precio. Mientras tanto en las cocinas de palacio, Lucy Cornwallis, pastelera del rey, se entrega a sus quehaceres. Ella sola, entre doscientos hombres, convierte el azúcar en fantásticas figuras para las celebraciones reales y sortea las complicaciones de la vida cortesana. Pero también Lucy y su confidente, el músico Mark Smeaton, se verán atrapados en el torbellino que amenaza a la nueva reina y que podría acabar con todos sus sueños... La historia de Ana Bolena ha sido contada muchas veces pero nunca de una forma tan terrenal, tan plausible, contada directamente desde los dormitorios y las cocinas de Enrique VIII.
lunes, 11 de julio de 2011
NO ESTÁS DEPRIMIDO, ESTÁS DISTRAÍDO - Facundo Cabral
No estás deprimido, estás distraído.
Distraído de la vida que te puebla. Tienes corazón, cerebro, alma y espíritu, entonces cómo puedes sentirte pobre y desdichado.
Distraído de la vida que te rodea: delfines, bosques, mares, montañas, ríos…
No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre por un ser humano, cuando en el mundo hay 5.600 millones. Además no es tan malo vivir solo, yo la paso bien decidiendo a cada instante lo que quiero hacer y gracias a la soledad, me conozco, algo fundamental para vivir.
No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre por un ser humano, cuando en el mundo hay 5.600 millones. Además no es tan malo vivir solo, yo la paso bien decidiendo a cada instante lo que quiero hacer y gracias a la soledad, me conozco, algo fundamental para vivir.
No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein, interpretaba como nadie a Chopin a los 90, por sólo citar dos casos conocidos.
No estás deprimido, estás distraído.
No estás deprimido, estás distraído.
Por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible porque todo te fue dado, no hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada. Además la vida no te quita cosas, te libera de cosas, te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud.
De la cuna a la tumba es una escuela, por eso lo que llamas problemas son lecciones, y la vida es dinámica, por eso está en constante movimiento. Por eso sólo debes estar atento al presente, por eso mi madre decía: “Yo me encargo del presente, el futuro es asunto de Dios”. Por eso Jesús decía: “el mañana no interesa, él traerá nueva experiencia, a cada día le basta con su propio afán”.
No perdiste a nadie, el que murió simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el amor, sigue en tu corazón. Quién podría decir que Jesús está muerto. No hay muerte, hay mudanza, y del otro lado te espera gente maravillosa. Gandhi, Miguel Angel, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre, que creía que en la pobreza está más cerca el amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas y nos aleja porque nos hace desconfiados.
No encuentras la felicidad y… ¡ es tan fácil!. Sólo debes escuchar a tu corazón, antes que intervenga tu cabeza, que está condicionada por la memoria, que complica todo con cosas viejas, con órdenes del pasado, con prejuicios que enferman, que encadenan. La cabeza que divide, es decir, empobrece. La cabeza que no acepta que la vida es como es, no como debería ser.
Haz sólo lo que amas y serás feliz. El que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente.
No hagas nada por obligación, ni por compromiso, sino por amor. Entonces, habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible, sin esfuerzos, porque te mueve la fuerza natural de la vida. La que me levantó cuando se cayó el avión con mi mujer y mi hija. La que me mantuvo vivo cuando los médicos me diagnosticaban 3 ó 4 meses de vida.
Dios te puso un ser humano a cargo, y eres tú. A ti debes hacerte libre y feliz, después podrás compartir la vida verdadera con los demás. Recuerda a Jesús: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Reconcíliate contigo, ponte frente al espejo y piensa que esa criatura que estás viendo es obra de Dios; y decide ahora mismo ser feliz porque la felicidad es una adquisición, no algo que te llegará de afuera. Además, la felicidad no es un derecho sino un deber, porque si no eres feliz, estás amargando a todo el barrio.
Un sólo hombre que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mandó matar seis millones de hermanos judíos.
Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo.
Tenemos para gozar la nieve del invierno y la flor de la primavera, el chocolate de la Peruggia, la baguette francesa, los tacos mexicanos, el vino chileno, los mares y los ríos, el fútbol de los brasileros y los cigarros de Davidoff, las mil y una noches, La Divina Comedia, El Quijote, Pedro Páramo, los boleros de Manzanero, la poesía de Whitman… Mahler, Brahms, Ravel, Debussy, Mozart, Chopin, Beethoven, Caravaggio, Rembrandt, Velázquez, Cézanne, Picasso y Tamayo… entre tantas maravillas.
Y si tienes cáncer o sida, pueden pasar dos cosas, las dos son buenas. Si te gana, !te liberas del cuerpo que es tan molesto!. “Tengo hambre, tengo frío, tengo sueño, tengo ganas, tengo razón, tengo dudas”. Si le ganas a esto; serás más humilde, más agradecido, por lo tanto fácilmente feliz, libre del tremendo peso de la culpa, la responsabilidad y la vanidad, dispuesto a vivir cada instante profundamente, como debe ser.
No estás deprimido, estás desocupado.
Ayuda al niño que te necesita, ese niño será socio de tu hijo. Ayuda a los viejos y los jóvenes te ayudarán cuando lo seas. Además el servicio es una felicidad segura, así como gozar de la naturaleza y cuidarla para el que vendrá.
El bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que alimentan a la vida.
El bien se alimenta de sí mismo. El mal, se destruye a sí mismo. Si los malos supieran qué buen negocio es ser bueno serían buenos aunque sea por negocio…
sábado, 9 de julio de 2011
LA ESTACIÓN PERDIDA - Use Lahoz
Ésta es la historia de amor entre un buscavidas y una mujer de un solo hombre.
Una noticia inesperada trastocará la vida de Santiago Lansac. Desde su pequeño pueblo se verá obligado a abrirse camino primero en la capital, y después en Barcelona y allá donde el destino le quiera llevar, en un periplo lleno de aventuras en el que se irá cruzando con gentes cuyas intenciones no sabrá detectar a tiempo. Ante tanto infortunio, sólo el amor podrá salvarle.
La estación perdida es una historia de perdedores, pero sobre todo una comedia humana con personajes inolvidables: Santiago, un loco entrañable, atormentado por el miedo y los pájaros de su cabeza, y Candela, la imagen de la ingenuidad, la fuerza y el amor incondicional en una época en que a las mujeres se las educaba para servir.
Sin renunciar al humor, con una prosa ágil y precisa, y una maestría que lo afianza como narrador, Use Lahoz relata los cambios que sufrió España en la segunda mitad del siglo XX a través de estos antihéroes, obligados a la emigración y lanzados a lo desconocido en una novela repleta de sentimientos.
TODAS LAS FLORES DEL DESIERTO ESTÁN CERCA DE LA LUZ - Mario Vargas Llosa
Todas las flores del desierto están cerca de la luz.
Todas las mujeres bellas son las que yo he visto, las que andan por la calle con abrigos largos y minifaldas, las que huelen a limpio y sonríen cuando las miran. Sin medidas perfectas, sin tacones de vértigo. Las mujeres más bellas esperan el autobús de mi barrio o se compran bolsos en tiendas de saldo. Se pintan los ojos como les gusta y los labios de carmín de chino.
Las flores del desierto son las mujeres que tienen sonrisas en los ojos, que te acarician las manos cuando estás triste, que pierden las llaves al fondo del abrigo, las que cenan pizza en grupos de amigos y lloran sólo con unos pocos, las que se lavan el pelo y lo secan al viento.
Las bellezas reales son las que toman cerveza y no miden cuántas patatas han comido, las que se sientan en bancos del parque con bolsas de pipas, las que acarician con ternura a los perros que se acercan a olerlas. Las preciosas damas de chándal de domingo. Las que huelen a mora y a caramelos de regaliz.
Las mujeres hermosas no salen en revistas, las ojean en el médico, y esperan al novio, ilusionadas, con vestidos de fresas. Y se ríen libres de los chistes de la tele, y se tragan el fútbol a cambio de un beso.
Las mujeres normales derrochan belleza, no glamour, desgastan las sonrisas mirando a los ojos, y cruzan las piernas y arquean la espalda. Salen en las fotos rodeadas de gente sin retoques, riéndose a carcajadas, abrazando a los suyos con la felicidad embotellada de los grandes grupos.
Las mujeres normales son las auténticas bellezas, sin gomas ni lápices. Las flores del desierto son las que están a tu lado. Las que te aman y las que amamos. Sólo hay que saber mirar más allá del tipazo, de los ojazos, de las piernas torneadas, de los pechos de vértigo. Efímeros adornos, vestigios del tiempo, enemigos de la forma y enemigos del alma. Vértigo de divas y llanto de princesas.
La verdadera belleza está en las arrugas de la felicidad...
martes, 5 de julio de 2011
LA OTRA BOLENA - Philippa Gregory

María Bolena tiene apenas catorce años cuando inicia un romance adúltero con el rey Enrique VIII. Esta relación durará varios años y fruto de ella nacerán dos hijos. Sin embargo, las cosas cambian cuando su astuta y perversa hermana Ana pasa a ser confidente y consejera del rey. Poco a poco logrará convertirse en su amante desplazando a María e incluso tramará un plan para deshacerse de la reina Catalina de Aragón.
En esta fascinante novela ganadora del Premio Parker, la novelista inglesa Philippa Gregory reconstruye un episodio poco conocido de la vida de Ana Bolena: la feroz rivalidad que hubo entre ella y su hermana por conquistar el corazón del rey Enrique VIII. Con gran rigor histórico, la autora nos transporta a los elegantes escenarios dieciochescos y nos sumerge en las pasiones de unos personajes perdidos entre sus sentimientos más íntimos y su ineludible papel social. Una apasionante historia sobre las trampas del poder y el precio de la ambición.
PASIONES - Rosa Montero

Sabido es que hay amores que matan. Y en Pasiones, Rosa Montero da fe de ello a través de la descripción de 18 grandes idilios de todas las épocas: Juana La loca y Fernando el Hermoso, Eva y Juan Domingo Perón, Sonia y León Tólstoi, Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas, A. Rimbaud y Paul Verlaine, Sissí y Francisco José, entre otros. Son historias de pasiones famosas, solitarias o compartidas, de desgracias eternas y felicidades más bien pasajeras.
sábado, 2 de julio de 2011
DOCE AÑOS PARA APRENDER A QUERERSE - Rosa Montero
Es verdaderamente guapa. Por debajo de su pelo muy rubio y muy corto chispean unos ojos vivísimos y una boca reidora. Qué alegría desprende Patricia Carmona. Y, sin embargo, ha venido a contarme una historia terrible. "Lo quiero gritar al mundo, quiero que las mujeres sepan que, aunque sea difícil, se puede salir de ello. Quiero que esto sirva para algo". Y "esto" es el dolor y el horror. Patricia tiene 32 años y es de Alcalá de Henares. A los 19 fue acribillada a puñaladas por su novio, un militar, y dejada por muerta. Eso sucedió en enero de 1998. "Entonces los periódicos empezaron a hablar de alarma social". El caso de Patricia fue una de las gotas finales que provocaron la toma de conciencia pública; pocos meses después se aprobó el primer plan de acción contra la violencia doméstica. Desde entonces hasta hoy se ha recorrido un largo trayecto, y Patricia lo ha tenido que ir haciendo paso a paso.
Estudiaba para azafata de vuelo cuando conoció a un chico del barrio de 26 años, paracaidista. A los tres meses de salir juntos ya le pegó una patada en la boca y le partió el labio. Patricia llegó a su casa y mintió: es que me metí en una pelea entre dos amigas... "El problema es que no te aprecias, te sientes culpable, crees que es normal, que te lo mereces... Por eso no reaccionas. En el maltrato doméstico hay que tener claro que la mujer también tiene un problema. No tiene ninguna culpa, ojo, pero sí un problema. Hay algo en ti que te hace soportar todo eso, y necesitas curarte". Aunque el perfil de las maltratadas es muy diverso, tanto en edad como en cultura o clase social (cualquier mujer puede acabar cayendo en ese pozo), el entorno familiar parece ser un ingrediente importantísimo. La familia de Patricia era muy tradicional y nunca fue un apoyo, más bien al contrario. De alguna manera, nadie enseñó a Patricia a quererse a sí misma.
Una oscura tarde de enero, apenas ocho meses después de haber empezado la relación, el paracaidista salió de su casa con un machete escondido en la espalda y se llevó a su novia a un parque solitario. Sacó el cuchillo y amenazó con suicidarse, pero acabó clavándoselo ocho veces a Patricia. Hasta que ella se hizo la muerta. Entonces el tipo se fue, llamó a una ambulancia y se entregó; era un chico que bebía mucho y consumía drogas. A Patricia le han quedado los dedos de la mano izquierda encogidos, porque agarró la hoja del machete para intentar defenderse y se le seccionaron los tendones. Además le tuvieron que extirpar un metro de intestino y el bazo, le reconstruyeron la aorta, sufrió un neumotórax... La operación duró once horas seguidas y estuvo dos veces clínicamente muerta. Pero, increíblemente, sobrevivió. Mientras la metían al quirófano, se aferró a la mano de una enfermera: "No me dejes morir, que soy muy joven", rogó. Y ahora dice: "Estaban todos llorando".
Salir adelante físicamente no fue más que el principio: "Me quedé fatal, porque, por un lado, yo quería perdonarlo". De nuevo el entorno de Patricia no consideraba tan atroz la atrocidad sucedida. Una amiga de la familia, creyendo quizá que la animaba, le dijo: "Esto va a ser como una de mi pueblo, que la pegaron un tiro y ella le perdonó". Así que Patricia escribió a su agresor y fue a verlo a la cárcel, y acabó retirando los cargos contra él. Un comportamiento muy difícil de entender desde fuera, pero que forma parte del abecé de las mujeres maltratadas. Ya por entonces buscó ayuda psiquiátrica, pero aún no se sabía casi nada sobre la violencia doméstica y no sirvió de mucho. Al poco tiempo volvió a caer en otra relación insana con un hombre que le gritaba: "¡Ojalá ese tío te hubiera matado!".
Hasta que, hace seis años, se enteró de que habían creado algo llamado Observatorio de Violencia de Género y se fue a pedir ayuda. "En concreto fui al Punto Municipal del Observatorio regional. Hay Puntos en muchos municipios, lo digo por si le sirve a alguien. Cuando empecé sólo éramos 200 chicas y ahora hay más de 2.000, no dan abasto". En el Observatorio sí conocen el problema y tienen terapeutas expertos. "Fue muy duro, tuve que vaciarme por dentro y empezar de nuevo". Hace seis meses le han dado el alta tras seis años de terapia; vive en un piso con otras dos chicas ("nada más comenzar el tratamiento supe que tenía que salir de mi entorno familiar") y trabaja en una oficina, aunque estudió para auxiliar de clínica veterinaria. Además lleva seis años de relación con un chico normal, que no se droga, que es bueno y tranquilo. Parece un azucarado melodrama de Hollywood con final feliz, pero es una vida real rescatada agónicamente del borde del abismo. Por eso ahora Patricia quiere contar su experiencia, para resaltar la increíble labor que hacen los Observatorios y porque ella ha pasado por todo y se ha aborrecido a sí misma y ha vuelto a caer una y mil veces. Y, sin embargo, sabe mejor que nadie que, pese a todo, es posible salir del agujero. Ha tardado doce años, pero ahora, por fin, es la única dueña de su vida.
El País Semanal, 3 de abril de 2011
PASA LA VIDA - Maruja Torres
Los lectores voraces invertimos mucho tiempo en perseguir libros. Ocurre, sin embargo, en ocasiones, que los libros se nos aparecen. O bien que nos buscan y nos encuentran cuando más los necesitamos. Haciendo honor a su título ‒que homenajea una gran película de Fernando F. Gómez‒, El extraño viaje (editado por Trabe) se abrió para mí en una tarde de domingo en la que yo penaba por la muerte reciente de un amigo muy antiguo. Y me metí en un trayecto de palabras sencillas, bien elegidas, trabajadas como la vida: por eso el lunes amanecí sin desgarro. Dolorida, pero sin desgarro.
Ovidio Paredes, el autor, tuvo la gentileza de enviarme el volumen cuando acababa de aparecer, en otoño pasado. Yo andaba por entonces metida en el parto de mi propio libro, en esa etapa en que resulta difícil escuchar otra voz que la de una misma; estaba colgada de sus silencios y de la angustia. Como aprecio mucho a Paredes, tras leer el delicado y exacto prólogo que Elvira Lindo le ha escrito, me dije que lo leería sin falta en cuando pudiera dedicarme a otros ámbitos con la concentración que los libros requieren. (Perdónenme una digresión: perdonen si utilizo demasiado las palabras derivadas del verbo leer. Es que no existe sinónimo. Uno puede pergeñar en lugar de escribir, pero leer, solo lee. Es lo bueno que tiene).
Pues bien, era domingo, yo estaba triste, tomé el libro y leí la primera frase: "El desván era el lugar prohibido de la casa". Nada mal para una lectura de viajes, ¿verdad? Ya no pude soltarlo. Suavemente, con palabras muy elegidas ‒las palabras, qué bálsamo‒, me adentré en el viaje de la existencia y del deseo, de los recuerdos y las esperanzas, de las preferencias, de las compañías, del amor, de la pareja, de las luchas contra los prejuicios, de los días negros y los días azules. Lanzaba el libro su engrasado engranaje hacia adelante y hacia atrás, hacia siempre y hacia nunca, y en cada línea la presencia tranquila y reflexiva de Ovidio Paredes se materializaba como la de un grato compañero, o más bien como la de un revisor dotado de poderes que, en un no menos extraño tren, va relatando andenes y vaivenes. Es un libro meandro o recoveco, un libro que cuenta cuentas y no las ajusta, las describe; un libro íntimo.
Recuerda Lindo en su precioso prólogo que esto que leemos encuadernado, con tapas y con páginas ‒con una portada que puede ser Nueva York porque la cruza, rápido, un taxi amarillo‒, ha ido apareciendo en ovidioparedes.blogspot.com, que es el blog en donde Ovidio escribe todas las mañanas, con su plácida gata Francesca muy cerca. Y decreta Lindo, con razón, que estos retazos tan cuidados, tan bien escritos, adquieren, convertidos en libro, unidad. Una extraña unidad, como el viaje, como el tren, como la vida, diría yo.
Pasa la vida, mientras uno lo lee. La del autor, en la que uno se mete y reconoce olores, sabores, lluvias, veranos, rasguños, heridas, amaneceres gloriosos. Aquellas pequeñas cosas, aquellas citas del calendario, aquel dolor puntual, aquella melancolía, aquellas ganas de comerse el mundo, ¡aquella Santa Sebe de Oviedo en donde también yo disfruté de buenos ratos! Aquellos que no están ya, aquellos que siguen en nuestra brecha. Te entra, leyéndolo, una sensación no de conformidad, eso no y nunca, sino de cierto orden en el caos del universo. El orden que ponen, como pueden, los sentimientos nobles, los comportamientos dignos, las personas de bien. Los caídos en desgracia, contemplados y descritos con la mejor compasión. Las grandes pérdidas y las pequeñas alegrías. Las lealtades debidas. Las ciudades amadas. Las personas que uno no conoce, pero a las que observa, cuyas vidas imagina.
Y así, leyendo El extraño viaje, no desapareció el dolor por la muerte de mi amigo, pero se hizo un lugar en la armonía que las bellas y precisas palabras imponen a los acontecimientos horribles que de tanto en tanto nos mutilan. Es muy importante que el dolor, pasada la primera embestida, nos obedezca un poco. Corta la correa, quieto ahí: te conjuro con hermosas palabras, recibidas como un regalo en un triste domingo, mientras pasa la vida.
El País Semanal, 27 de marzo de 2011
TODAS ESAS MUJERES ABUSADAS - Rosa Montero
En Habíamos ganado la guerra (editorial Bruguera), el estupendo libro autobiográfico de Esther Tusquets, me he topado con una anotación que me ha hecho recuperar un recuerdo olvidado de la infancia. Dice la autora que, de pequeña, las películas le parecían algo maravilloso, y que el entusiasmo que sentía al ir los sábados al cine estaba tan sólo ensombrecido por el temor de que el vecino de la butaca contigua intentara meterle mano, algo que le ha ocurrido "desde muy, muy niña y con cierta frecuencia". Y añade: "Me parece que no se ha hablado lo suficiente de las agresiones a que estábamos expuestas las niñas y las adolescentes de la pacata y reprimida España de los años cuarenta y cincuenta (…) no podíamos subir a un tranvía o a un metro repleto sin que, una de cada tres veces, sintiéramos que un pene se restregaba contra nuestros muslos o nuestro vientre, o que una mano se nos introducía entre las piernas. A veces el agresor era descubierto y tenía que salir huyendo, pero lo habitual era que nos escabulléramos, cambiáramos de lugar, nos parapetáramos tras el bolso o la carpeta y calláramos por vergüenza".
Pues sí, exacto, justamente así era, y puedo asegurar que aún pasaba lo mismo en mi época, bien avanzados ya los años sesenta. Me pregunto si el fenómeno después fue remitiendo o si es que simplemente yo crecí. A lo peor ha seguido ocurriendo en los setenta, en los ochenta, puede que incluso ahora. Quizá las niñas hayan tenido que soportar generación tras generación ese asqueroso magreo. Ese abuso constante y silenciado. Sí, callabas por vergüenza, desde luego, porque una de las heridas que produce el abuso es el sentimiento de humillación en la víctima; pero también callabas por miedo. Compañeras más aguerridas que yo, que se atrevieron a protestar en el metro ante un sobón, fueron a menudo insultadas y airadamente replicadas por el agresor ("¡Pero tú qué te has creído, niña, cómo te atreves, qué dices, estúpida, mocosa!"); y a una amiga mía –teníamos por entonces trece años– le atizaron incluso un bofetón. No recuerdo que en estos trances nadie saliera a defendernos en el metro atiborrado de gente; o tal vez sí, tal vez en alguna ocasión alguna mujer mayor rezongara algo en nuestro apoyo. Pero básicamente sabías que estabas sola.
De manera que llevabas integrada en la cabeza una especie de estrategia militar de supervivencia en el terreno enemigo. En los cines de barrio sin numerar, que era a los que entonces se iba, intentabas instalarte junto a una mujer y cubrir los flancos. Te echabas a temblar cada vez que se sentaba junto a ti un hombre solo, y nueve de cada diez veces tenías que cambiarte de fila al poco rato, huyendo de su pierna arrimada y de su mano tonta. Pero lo peor era sin duda el metro. Desde los 10 años hasta los 16, para ir al instituto me hacía sola, cuatro veces al día, un trayecto de seis estaciones. No quisiera exagerar, pero miro hacia atrás y tengo la sensación de que todos los días había algún incidente de este tipo. Una de cada tres veces, dice Esther Tusquets; sí, quizá fuera así. En cualquier caso, era habitual que te sobaran, o que se restregaran contra ti; y también estaba la modalidad verbal, el energúmeno que se abalanzaba sobre ti en los pasillos del metro y te vertía en la oreja rasposas barbaridades que ni siquiera entendías.
Hay dos cosas que me asombran especialmente de todo esto. La primera es el maravilloso nivel de adaptación que tiene el ser humano, la capacidad de resistencia, lo bien que hemos salido, pese a todo, tantas generaciones de mujeres manoseadas. Y la segunda, ahora que lo pienso, es la increíble cantidad de asaltantes sexuales. Por todos los santos, ¡éramos unas niñas! ¿Tantos pederastas había? Me pregunto si la represión sexual y el machismo de la sociedad franquista empeoraban la situación, o si hoy existe el mismo nivel de pedofilia. Tal vez antaño persiguieran crías de una esquina a otra del vagón, y hoy se dediquen a descargar de Internet material pornográfico. Por no hablar del absoluto horror del asesinato de Mari Luz. Sí, aquellos hombres eran muchos, demasiados. Tantos, que no podían considerarse excepcionales, sino que formaban parte del paisaje social. ¿Tendrían una esposa, hijos, hijas? ¿Se creerían normales? ¿Estará alguno de ellos leyendo esto? ¿No se le caerá la cara de vergüenza?
La nación, 4 de mayo de 2008
EL DOLOR DE PERDERTE - Rosa Montero
El azar, siempre tan caprichoso, ha hecho que haya leído seguidos dos estupendos libros de tema muy semejante. Los dos tratan de la muerte y de la pérdida; los dos cuentan el difícil duelo ante la desaparición de un ser querido. Uno es El año del pensamiento mágico, de Joan Didion (Global Rythm Press), un fascinante y sobrio relato (su estilo es tan austero y tan frío que quema) de los meses posteriores a la muerte de su marido, con quien había vivido cerca de cuarenta años. El otro es Un hombre de palabra (Alfaguara), un libro conmovedor, inteligente y tumultuoso con el que la escritora catalana Imma Monsó recuerda al hombre con quien compartió la vida durante dieciséis años y habla del traumático vacío de su ausencia.
Son dos textos limpios, dos textos sinceros que ayudan a entender mejor los entresijos de la pena. La vida no trae instrucciones de uso y cuesta muchísimo aprender cada uno de los saberes fundamentales de la existencia. Y no hay más que dos vías para hacerlo: o bien empeñando nuestra carne en ello, es decir, con la propia experiencia, un proceso lento y con cicatrices, o bien observando la experiencia ajena. Por eso siempre me han gustado las biografías y los libros de memorias, porque son como mapas de navegación del mar de la vida, con sus estrechos, sus bajíos y sus escollos, con sus horizontes hermosos y sus calmas chichas. Joan e Imma nos hablan en sus libros de la más negra tormenta. De esa clase de tempestad que te lleva al borde del naufragio.
Para mí, ya digo, son dos obras necesarias y honestas. Y, sin embargo, hay una vieja discusión sobre el arte y el uso que los artistas hacen de sus penas y sus duelos personales. Por ejemplo, oí infinidad de críticas cuando, en 1994, Isabel Allende publicó Paula, un libro de memorias que era como una carta dirigida a su hija Paula, muerta en 1992 de porfiria, una enfermedad especialmente terrible. Y también el gran músico Eric Clapton fue apaleado de manera inclemente cuando grabó en 1992 su bellísima canción Tears in Heaven, dedicada a la memoria de su hijo, un niño de cuatro años que había muerto meses antes al caerse desde la ventana de un rascacielos neoyorquino. Por citar tan sólo dos ejemplos entre otros muchos del arte originada por la presión candente de la propia pena.
Tanto el libro de Allende (que, por cierto, no he leído) como la canción de Clapton fueron grandes éxitos comerciales, y eso es lo que les resulta más inquietante a algunas personas, que tienen la sensación de que hacer algo así convierte al artista en una especie de buitre carroñero, capaz de sacar provecho económico o de otro tipo (ay, la vanidad) hasta de las penas más cercanas. Y es verdad que en este mundo estridente y superficial en el que vivimos hay más de un ave de rapiña de este tipo, capaz de sacarse el hígado (o sacárselo a su madre) y cortarlo en finas rebanadas en un programa en directo en la tele, por ejemplo, con tal de llevarse un pellizco de euros y de sucia fama.
Pero también creo que los artistas, dicho sea en minúsculas y sin mitificar, se dedican a lo que se dedican porque no saben vivir de otro modo. Ése es su gran recurso existencial, y sin las muletas, sin el sostén de su obra, serían individuos incompletos e incapaces de sobrevivir ni un solo día. De manera que, cuando el dolor aprieta y amenaza con desbaratarles, acuden al único modo que conocen de poder aguantar y manejar ese sufrimiento: convertirlo en una canción, en un texto, en una película. Ya lo dice Imma Monsó en su libro, refiriéndose a los literatos: "Para nosotros, [escribir es] el más sólido de los medios para conjurar el vacío".
Y del vacío hablan Imma y Joan. De un vacío repentino que es como una mutilación. Dicen los expertos que los duelos tienen cinco etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En estos dos libros hay referencias a todas estas emociones, pero también hay mucho más, infinitas sutilezas del vivir. Por ejemplo, hay el retrato de dos relaciones sentimentales ricas, plenas, cómplices, duraderas.
Leyendo Un hombre de palabra y El año del pensamiento mágico uno siente envidia de esas dos parejas. Y del largo tiempo que se disfrutaron. ¿Qué es mejor, querer tanto a alguien y perderlo, o no haber tenido una relación así y por consiguiente no sufrir? Cada cual que escoja. Yo, personalmente, prefiero la vida, aunque escueza y duela.
El País Semanal, 17 de diciembre de 2006
G+H= ETARRA - Maruja Torres
Deberíais abochornaros. Sois los terroristas más lerdos del mundo, y mira que hay dónde elegir. Yo había puesto el listón de la cretinez en aquel barbudo que le hacía la pelota a Bin Laden poco después del 11-S, contándole que su señora esposa había tenido un sueño premonitorio en el que veía los atentados a las Torres Gemelas. Pero esta historia de que seguís con la tregua mientras asesináis y, sobre todo, eso de que vuestra intención no era la de matar, como si los explosivos pudieran utilizarse también y únicamente para la depilación en seco, bien, todo ello reduce vuestro espectro encefálico a niveles prejurásicos, en relación con cualquier antecedente de cualquier calaña internacional y de cualquier hemisferio. Sois de una estulticia rayana en lo teo-ilógico: estáis embarazados pero sois vírgenes porque ha venido un angelito y etcétera, etcétera. Deberíais avergonzaros de hacer así el ridículo si no fuera porque, previamente, habéis cometido el crimen que nos impide trataros sólo como lo que también sois: una banda de capullos.
Pero sois unos asesinos. Posiblemente los asesinos más malos e idiotas del planeta. Qué coño una nación para vosotros. No servís ni para ilustrar una historieta. Qué sería de esas mentes vuestras privilegiadas sin explosivos, sin pistolas, sin balas, sin robar coches, sin anónimos, sin ejercer la extorsión, sin amedrentar y sin los bichos de Batasuna y otras garrapatas afines. Claro que tenéis que vivir del cuento nacionalista. Andaríais frescos si os vierais obligados, como los seres humanos normales (es decir, humanos), a ejercer un oficio, estudiar una carrera y no digo ya desarrollar una tesis o hacer oposiciones. Matar obreros, jueces, guardias civiles, políticos, periodistas, catedráticos: eso os da de comer. La maldad. El resto de vuestra capacidad cerebral da lo justo para aguantar la capucha.
No sé por qué los científicos británicos se ufanan de querer inventar un híbrido de humano y animal para sus investigaciones. Aquí ya lo hemos logrado. Es un cruce entre gilipollas y hiena, y responde a la denominación de etarra.
Pero no quiero acabar sin pedir perdón por esta columna a los gilipollas no violentos y a las hienas.
El País, 11 de enero de 2007
CARTA A MI COMPAÑERO - Olga Manzano
Me pregunto, amor, si todo esto no es un sueño, una pesadilla, un ir atrás y volver a esta realidad tan dura, tan personal. Mirar el futuro, y nuestros hijos y yo aceptar la realidad.
Me preguntaba si valió la pena estar en un país que es parte nuestra y no lo es, con la mitad de mi sangre española –la de mi padre– y la otra mitad india –la de mi madre–, y tu mezcla de abuela catalana y uruguaya, estas mezclas forzadas, dolorosas. Camino por la casa con un vacío enorme, encontrándome con tus palabras en todos los papeles; en la cocina, la cobaya pide su lechuga, y los perros esperan que les des el arroz de todas las mañanas y te buscan como te buscamos nosotros, mientras la vida se nubla en la higuera y en el ciruelo.
Me pregunto si valió la pena llegar a este país hace 20 años, con una maleta, un niño de ocho meses, dos guitarras, la liberación en el alma, la alegría de haber escapado de las garras de una dictadura monstruosa, criminal, y el dolor por aquellos amigos que quedaban y las familias que pagaron su pecado (Videla estaba con Dios), digo, el pecado de luchar contra las injusticias, luchar por los derechos humanos, por el amor, la igualdad y el deber de vivir por y para los demás, y que ha sido y sigue siendo nuestra religión. Llegar a España; llorar de alegría en una habitación de una pensión; dejar al niño al cuidado de manos fraternas; caminar por las calles sin temor, calles limpias, orden, ropas tendidas en las ventanas, puertas abiertas… Brindábamos con un poco de jamón y unos chatitos por este sueño. Mientras Franco, con su muerte en la mano, sentenciaba los últimos fusilamientos de Burgos, un escalofrío nos recorrió el cuerpo y entendimos ese silencio, ese orden que los españoles llevaban marcado desde hacía 40 años en el alma, en la frente. Nuestros amigos más amigos nos escribían desde allá, desesperados, para unirse aquí con nosotros y liberarse ellos también, y vinieron muchos, no les abandonamos, y entendimos cuál era el mensaje necesario en aquel momento. Gritamos nuestro Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, y los españoles –que se sintieron identificados con los que decíamos– gritaron con nosotros nuestra Carta a un soldado, nuestro Caraballo, y la palabra de Pablo Neruda con la tuya se hermanaba, y nuestra música y nuestras voces, todo se unía, y éramos varios, muchos.
Y extraño fue aquello: no había censura para nosotros, éramos sudamericanos (sudacas fuimos después, con los socialistas), y tuvimos grandes amigos españoles, seguidores de nuestro quehacer. Y la crítica, y los medios, todos nos favorecían. Pero murió Franco y vino el cambio. Empezaba España a vestir nuevas ropas: la democracia esperada por todos, por todos y por nosotros también, que habíamos puesto nuestro granito de arena para que así fuera. Y seguimos cantando al amor, a la belleza, contra las injusticias (ya lo he dicho: ésa es nuestra religión), y fuimos tozudos sin darnos mucha cuenta de que a nuestro alrededor todo cambiaba: aquel abrazo fraternal se convertía en picor, en molestia; empezábamos a molestar: éramos el pasado, y aquí se vivía la euforia, ya no existían los pobres, los olvidados, los parados, los gitanos excomulgados por una sociedad racista. No existía nada, cada año más olvido, cada año tú te agobiabas más, y el asma –tu compañera de toda la vida– aparecía cada vez más cruel. Claro: el aire se empezaba a viciar, estaba impuro.
La angustia más tremenda la sentimos aquella vez por tener la osadía de pedir a los compañeros de otros tiempos, y que ahora eran los señores del poder, una subvención para aquel espectáculo Don Cristóbal de los pájaros –que quería limpiar la vergüenza de esos actos ostentosos del V Centenario denigrante–, en el que tú les imprimiste hasta belleza a esas gentes que fueron a conquistar (una palabra que me ha resultado maldita, será por mi sangre india). Y no gustaba esa idea, y triunfó la mentira, la farsa, una estafa moral a la dignidad humana, que fue la piedra fundamental para tu desmoronamiento. Y allí empezaron tus enfermedades, que duraron cinco años de hospitales, operaciones y angustias económicas. Pero a pesar de esto seguimos cantando al amor, contra la marginación, contra la injusticia, contra las injusticias del mundo.
Nosotros veníamos de países donde el abrazo va unido al corazón, sin olvidarlo al día siguiente; y me extraña escuchar ahora a algunos españoles, cantantes, artistas, que van a nuestros países y se admiran por el recibimiento de nuestras gentes –acostumbrados los españoles ya tenían que estar, por ser uno de los países de más emigración en el mundo entero– y el amor que les profesan en todos lados y el respeto a la labor que hacen.
Aquí jamás nos llamaron para participar en ningún homenaje a Pablo Neruda. ¿Quién cantó en esta España tanto a nuestro poeta como nosotros? En muy pocas ocasiones, por no decir alguna vez, compartimos un escenario con los españoles colegas de luchas anteriores, y no hablo de los de siempre, de los amigos que siempre están, sino de aquellos que hoy van a Cuba, a México, a Argentina, cantando la rebeldía de una manera que ellos creen que es nueva. Nosotros hace años, treinta años, gritábamos denunciando bloqueos e injusticias, y hoy se siente un olor a oportunismo, cantan sus canciones –sus rancheras mexicanas– con textos y músicas de cartón piedra. Nosotros seguimos siendo caducos y tristes.
Tu vida, mi amor, no se la llevó el asma, sino la indiferencia, como lo dejaste escrito en uno de tus últimos poemas. El insulto mayor que puede recibir un hombre en su dignidad es la indiferencia. La noche antes, estuvimos dando nuestro último recital en el teatro Príncipe, a 14 personas puestas en pie que gritaban «¡Bravo!» (todavía tenemos 14 personas con nosotros), y una de ellas gritó: «Las butacas tendrían que pagar vuestra labor».
Yo seguiré cantando algún día en solitario, ya que al irte tú te has llevado el dúo, nuestras voces; y cantaré a un espectador y a las butacas vacías, mientras tú, en tu carro de troncos, surcarás el espacio azuzando a los caballos, para que el homenaje que los amigos de siempre, los amigos del alma, te ofrecerán, también sea tu homenaje a todos los artistas solitarios –españoles, sudacas, africanos…– que luchan en este país de poca memoria por una forma más digna de vivir. Ojalá nos dejen un espacio pequeño para poder respirar y vivir sin esta vergüenza que ahora tiene mi sangre india de su mitad española.
Olga Manzano, cantante, ha formado dúo con su marido, Manuel Picón, recientemente fallecido.
Publicado en El País, 14 de Octubre de 1994
Olga Manzano y Manuel Picón. Tu risa (adaptación de un poema de Pablo Neruda): Tu risa
PIEL DE PLÁTANO - José Manuel González Reinoso
Piel de plátano es un conjunto de relatos que constituyen una obra unitaria sobre la violencia y su carácter arbitrario e impredecible, resbaladizo, como la piel de plátano que da título al volumen y a uno de sus cuentos. Por sus páginas discurre una galería de personajes al borde del abismo –drogas, alcohol, soledad, inconformismo, la locura que espera, agazapada, entre los pliegues del día a día–, un puñado de situaciones que, en algunos casos, tienen su punto de partida en las crónicas de sucesos, y una voluntad de estilo que las trasciende y alza el vuelo sobre una factura aparentemente realista. En estos ásperos relatos José González Reinoso nos presenta una realidad desasosegante marcada por la conjunción fatal de tres factores determinantes: la violencia, la muerte y el azar.
viernes, 1 de julio de 2011
DIME QUIÉN SOY - Julia Navarro

Un periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.
Marcada por los hombres que pasaron por su vida -el empresario Santiago Carranza, el revolucionario Pierre Comte, el periodista estadounidense Albert James y el médico militar vinculado al nazismo Max von Schumann-, la vida de Amelia Garayoa es la de una mujer que aprendió que en la vida no se puede volver sobre el pasado para deshacerlo. Desde la España republicana hasta la caída del Muro de Berlín, pasando por la Segunda Guerra Mundial y los oscuros años de la Guerra Fría, esta burguesa y revolucionaria, esposa y amante, espía y asesina, actuará siempre de acuerdo a sus principios, enfrentándose a todo y cometiendo errores que no terminará nunca de pagar.
Memoria de un siglo convulso, caracterizado por la barbarie de los totalitarismos, esta obra es una vuelta de tuerca en la trayectoria de una de nuestras novelistas más internacionales. Dime quién soy sorprende por su dramatismo e introspección, por su intriga y por sus emociones a flor de piel. Una aventura desgarradora y cautivadora que tiene unos personajes excepcionalmente perfilados y literariamente inolvidables.
La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos, esta novela no sólo hechizará a los lectores de Julia Navarro sino que fascinará a todos aquellos interesados en nuestra propia historia.
EL SABOR PROHIBIDO DEL JENGIBRE - Jamie Ford

En un hotel del antiguo barrio japonés de Seattle, Henry Lee descubre algo increíble: el sótano está lleno de objetos que las familias japonesas, antes de ser enviadas a los campos de internamiento americanos durante la Segunda Guerra Mundial, dejaron allí, abandonados. Este hecho le hará emprender un viaje a través del tiempo y recordar, más de cuarenta años después, su infancia como un niño de origen chino, enamorado de Keiko Okabe, una niña americana de origen japonés. Henry buscará al gran amor de su vida del que fue separado en tiempos de guerra y cuyo recuerdo pervive como un sabor prohibido.
TU NOMBRE
Jaime Sabines
Trato de escribir en la oscuridad tu nombre.
Trato de escribir que te amo.
Trato de decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,
que nadie me mire a las tres de la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.
Trato de escribir que te amo.
Trato de decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,
que nadie me mire a las tres de la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.
ME DUELES
Jaime Sabines
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.

Jaime Sabines
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza. Córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma, búscame,
escúchame.
En algún sitio, mi voz sobreviviente, llama,
pide tu asombro, tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad de rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.
Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérres, Chiapas, 1926 - Ciudad de México, 1999) fue un poeta y político mexicano, considerado uno de los grandes poetas mexicanos del siglo XX.
Jaime Sabines
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