Esta novela empieza donde terminan las historias felices: dos jóvenes, Luis y Jimena, viven la plenitud de su amor.
Sin embargo, los mundos de los que vienen —el de ella, rural y pobre; el de él, sofisticado y burgués—, el país en el que viven —una España arrasada por el fanatismo— y, sobre todo, el momento que les toca —el final de la guerra— se confabulan para que se separen.
Apenas una adolescente y embarazada, Jimena, cuyo único delito ha sido enamorarse, es encerrada en la cárcel de mujeres de Ventas. Alló gobierna con mano de hierro María Topete, hija de una aristocrática familia, educada para mandar.
Frente a una antagonista de ese calibre, para Jimena sólo cabe un destino de desesperanza... o no.
Dos mujeres. Dos mundos.
Dos maneras de entender la vida y el amor.
Un formidable fresco de las dos Españas de la posguerra encarnadas en dos personajes inolvidables.
Hace ya un tiempo, la periodista Ana R. Cañil empezó a seguirle la pista a una terrible historia: la de las prisioneras de la posguerra cuyos hijos les fueron arrebatados por sus carceleros para internarlos en seminarios y conventos o darlos en adopción. Un práctica cruel que encontraba su ¿justificación? en teorías pseudocientíficas, propias de los regímenes totalitarios y defendidas sin fisuras por médicos, religiosos y legisladores de renombre de la época.
Aquí había materia para un magnífico ensayo. Pero la autora no pudo evitar un acercamiento emocional, como el que ya emprendió en La mujer del maquis, aunque, en este caso, con mucha más ambición narrativa. El resultado de su esfuerzo es una novela imposible de soltar, no sólo por el hecho terrible que denuncia, sino por la manera en que ese hecho se encarna en dos antagonistas inolvidables: Jimena Bartolomé, la joven esposa de un comunista, y María Topete, la directora de la cárcel de mujeres de Ventas.
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